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Algeria
El desplome del poder adquisitivo abre el debate sobre el destino de los ingresos extraordinarios del gas y el petróleo

El aumento exponencial de las ganancias en materia energética no se ha traducido en mejoras socioeconómicas para la ciudadanía argelina
Argelia
© Pixabay

La caída de los precios del petróleo registrada en 2014 puso contra las cuerdas la estabilidad del régimen argelino. Con una economía anclada en los hidrocarburos y un modelo político represivo, Argelia se introdujo en un periodo convulso que desembocaría cinco años después en el estallido del Hirak, una movilización nacional de carácter pacífico espoleada por la intención del entonces presidente Abdelaziz Buteflika de presentar por quinta vez su candidatura a las elecciones de 2019. Los manifestantes exigían, además, reformas profundas del Estado. 

La magnitud del Movimiento propició la destitución del veterano Buteflika a manos del Ejército. El régimen debía actuar para mantener el statu quo, aunque, en realidad, nada cambiase, tal y como quedó demostrado con la llegada a la presidencia de Abdelmadjid Tebboune tras los comicios. Miembro destacado del oficialismo y titular de varias carteras ministeriales bajo el mando del ya difunto Buteflika, Tebboune utilizó la pandemia de COVID-19 para reprimir a la disidencia y consolidar el nuevo rostro del régimen. Sin embargo, la delicada situación económica y el fuerte descontento en las calles hacía temer una nueva oleada de protestas

Los temores parecen haberse disipado. Al menos esa es la percepción actual de la cúpula argelina, que ha sido testigo en los últimos meses de un aumento sin precedentes de los ingresos del petróleo y el gas. Y es que la invasión rusa de Ucrania disparó los precios y aceleró la desconexión energética de Rusia por parte de Europa, y el continente busca a la desesperada fuentes alternativas para prepararse ante lo que se espera un invierno complicado. Muchos han puesto sus ojos en Argelia, como la Italia de Draghi o la Francia de Macron, que han visitado recientemente el país magrebí en busca de ventajas y nuevos contratos gasísticos. 

Según los datos oficiales, la balanza comercial de Argelia muestra un superávit de 5.600 millones de dólares en el primer semestre de 2022, muy por encima de las cifras de 2021, que se limitaron a los 1.340 millones. En este curso, además, las exportaciones han crecido casi un 50%, un nivel que favorece la estabilización de las reservas de divisas. En esta línea y de acuerdo con el Banco Mundial (BM), el PIB argelino recuperó el músculo perdido durante la crisis de la COVID-19. En definitiva, el viento sopla a favor del establishment. No así de la población. 

Argelia
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El fuerte incremento de los ingresos del gas y el petróleo no se ha traducido en una mejora a nivel social y económico para la ciudadanía argelina. Así se ha visto reflejado, entre otros ejemplos, en el aumento exponencial del número de familias que han aplicado para la compra a plazos de material escolar para sus hijos tras el inicio del curso escolar. El poder adquisitivo se ha visto resentido a causa de la crisis, lo que ha hecho cuestionarse a muchos dónde están yendo destinados los beneficios extraordinarios de la energía. Hay dudas. 

Además, los problemas económicos estructurales de Argelia siguen presentes. La elevada tasa de desempleo, que se alza por encima del 12%, la galopante inflación o el exponencial aumento de los precios, conjugado con la fuerte dependencia de los hidrocarburos, amenazan con quebrar el periodo de relativo crecimiento de Argelia. 

La estancia en el poder de Buteflika (1999-2019) coincidió con el mantenimiento más o menos estable de los precios del gas y el petróleo. Eso permitió al líder autoritario gobernar sin estar sometido a los dictados de la economía, utilizando las medidas de redistribución de la renta como cortafuegos para contener el estallido de la Primavera Árabe en Argelia. Hasta bien entrado el curso, su sucesor, Tebboune, no había corrido la misma suerte como consecuencia de la pandemia y la creciente inestabilidad en el Magreb. Sin embargo, el actual presidente intenta copiar el ‘método Buteflika’

A comienzos de curso, Tebboune, que se prepara para un segundo mandato, aseguró que el Ejecutivo pondría a la economía en el punto de mira de su acción. Se esperaba, por lo tanto, un aumento del gasto público tras años de austeridad incentivada por el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuyas recetas iban encaminadas a reducir la deuda pública, disparada hasta los 65.540 millones de dólares. El resultado ha sido una drástica reducción del Estado y un visible deterioro de los servicios públicos, fuente de descontento social.

Abdelmadjid Tebboune

 

Abdelmadjid Tebboune

©   Radio of AlgeriaCC BY 3.0, via Wikimedia Commons

En este periodo, el Gobierno argelino ha fijado una serie de medidas hasta el momento infructuosas para contener la caída del poder adquisitivo. Subsidios de desempleo para nuevos trabajadores, aumento de los salarios, retención de tarifas básicas o subvenciones a determinados bienes de consumo como el petróleo, el azúcar, la leche o el pan. La frustración en las calles, sin embargo, no remite. El escenario sigue siendo preocupante y la mayoría de las familias apenas tienen margen de maniobra para afrontar los próximos meses. 

El director del BM para el Magreb, Jesko Hentschel, subrayó en su último informe que, pese a la aparente recuperación de la actividad económica en Argelia, “siguen existiendo desafíos, agravados por la gran volatilidad de los precios del petróleo y la incertidumbre de la dinámica de la economía mundial”. Para dejar atrás esta situación, el economista alemán recomendó al Estado argelino involucrar en los esfuerzos al sector privado, que “será clave para estimular el crecimiento inclusivo y crear empleo”. 

Sin embargo, la cúpula de poder argelino controla la economía nacional. Domina prácticamente sin oposición todos los sectores, obstruyendo el desarrollo de la iniciativa privada y, en última instancia, bloqueando el ascensor social. El economista y presidente de la Universidad París-Dauphine, E.M. Mouhoud, describe el modelo económico argelino como un tipo de “capitalismo de amiguetes” en que las élites “se reservan los mercados e impiden el surgimiento de competidores privados e independientes”. La endogamia y la excesiva burocracia convierten a Argelia en uno de los entornos más difíciles del mundo para establecer y explotar una empresa, de acuerdo con Freedom House