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AGUA
El Mediterráneo, zona cero del diálogo entre progreso y medio ambiente

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Son las pegas de tener un mar geográficamente casi cerrado, pero históricamente abierto a todas las culturas: es el primero en beneficiarse de los avances, pero también el primero en sufrir los retrocesos.

En las últimas décadas, el diálogo de milenios con el Mediterráneo ha dado la espalda a una naturaleza que lucha por dejar de ser vertedero y volver a ser jardín de civilizaciones. La mala noticia es que su degradación vuela rápida a lomos de la crisis climática. La buena noticia es que todas las alarmas se han disparado y son muchas las iniciativas empeñadas en revertir la situación.

Un mar de plásticos

Cada año se vierten al Mediterráneo unas 229.000 toneladas de plástico, el equivalente a más de 500 contenedores diarios de basura no reciclable que se va degradando, transformándose en temidos microplásticos que acaban en el estómago de los peces e incluso en nuestra sangre y orina. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), al ritmo actual esta cifra podría doblarse en 2040 si no se toman medidas urgentes. Y de momento ya hay acumuladas, envenenando sus aguas, más de un millón de toneladas.

Son parte de las preocupantes conclusiones del informe «Mare Plasticum: El Mediterráneo» que ha elaborado la UICN tras analizar los vertidos de los 33 países de la cuenca mediterránea. Añádase a este desastre ambiental el de la contaminación química provocada por los grandes centros industriales costeros, los vertidos de hidrocarburos como el recientemente sufrido en Gibraltar, las inmensas cantidades de aguas de alcantarillado sin depurar arrojadas desde muchas de sus superpobladas ciudades ribereñas, una insostenible presión pesquera y el impacto creciente del cambio climático que está llevando a la ebullición de sus aguas.

Solo así podremos entender por qué el mar Mediterráneo, el Mare Nostrum, cuna de las principales civilizaciones de Occidente, es ahora mismo un Mare Mortum, un mar casi muerto, agonizante. Su padecimiento es también el de sus 500 millones de habitantes. Y el de una rica biodiversidad que después de millones de años de fructífera evolución se enfrenta a la lenta pero inexorable extinción de sus especies más emblemáticas como la foca monje, la nacra o las antaño grandes praderas de posidonias.

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¿Cómo se ha podido llegar a un escenario tan negativo?

La degradación del gran ecosistema marino es resultado de una combinación muy compleja. Se ve afectado por las altas densidades de población cada vez más concentradas en el litoral, ineficacia en la gestión de desechos espoleada por la generalización de la economía lineal de usar y tirar, industrialización y urbanización de la costa, gran afluencia de turistas, crecimiento de la navegación comercial estratégica y aumento del consumo.

Las tendencias futuras apuntan a unos escenarios aún más dramáticos. La región del Mediterráneo se enfrenta a una "fiebre del oro azul" que incluye la expansión de parques eólicos, extracción de las últimas reservas de petróleo y gas, refuerzo de la industria local ante la crisis de la economía deslocalizada, e incremento de las rutas marítimas y del turismo de masas.

Y todo ello en un escenario de crisis climática donde la temperatura del mar aumenta un 20% más rápido que la media del resto de los océanos en lo que ya supone su tropicalización. El cambio climático también está provocando la subida del nivel del mar, con el resultado de pérdida de playas y su consecuente quebranto económico dada la importancia turística de estos espacios de ocio. Igualmente está detrás del avance de especies invasoras que, como el mejillón cebra, el caracol manzana o el cangrejo azul, más allá de su grave impacto ambiental provocan pérdidas millonarias a las economías ribereñas.

Poca pesca y demasiados pescadores

La pesca es uno de los principales bioindicadores respecto a la salud de un ecosistema marino. En el Mediterráneo y el Mar Negro hay 225.000 pescadores profesionales, más de la mitad trabajando de forma artesanal, y se estima que la denominada “economía azul” ocupa a unas 785.000 personas. Pero cada vez hay menos peces que pescar. Según el informe SoMFi, elaborado por la Comisión General de Pesca del Mediterráneo (CGPM), todas sus pesquerías sufren una preocupante sobreexplotación.

Aunque no todo son malas noticias. Después de varios decenios de pesca insostenible, la preocupación internacional y aumento de los controles está empezando a surtir efecto. Según el informe El estado de la pesca en el Mediterráneo y el Mar Negro (SoMFi 2020), aunque el 75 % de las poblaciones de peces siguen siendo objeto de pesca excesiva, este porcentaje ha disminuido más del 10 % entre 2014 y 2018. Y la biomasa relativa se ha duplicado desde que se publicó la última edición en 2018.

Es el caso del atún rojo, cuyas poblaciones han logrado recuperarse después de décadas de pesca abusiva. O de la merluza europea. Pero otras especies no están igual de bien. Como el pez espada, al borde del colapso pues se captura el doble de lo que recomienda la comunidad científica y apenas queda un 30% de la población que había hace 30 años en el Mediterráneo.

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Soluciones basadas en naturaleza

Frente a un panorama negativo, la UICN está desarrollando numerosos proyectos de mejoras ambientales en el Mediterráneo gracias a soluciones basadas en la naturaleza. Centrada especialmente en ecosistemas costeros como marismas, dunas, playas y salinas, promueve acciones para protegerlos, gestionarlos y restaurarlos de manera efectiva y adaptativa, beneficiando con ello a las personas y la naturaleza.

Las zonas húmedas mediterráneas y sus entornos, al mismo tiempo de ser las más afectadas por esta crisis, son la mejor y más natural herramienta para mitigar y adaptarse a este nuevo escenario, resaltan los científicos. Empezando por ellas, es posible recuperar ese diálogo perdido entre naturaleza y seres humanos nacido en el Mediterráneo y que ahora mismo se enfrenta a retos tan gigantescos como el cambio climático, la reducción del riesgo de desastres, la seguridad alimentaria e hídrica, la pérdida de biodiversidad, la salud humana y el fomento de un desarrollo económico sostenible.