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Spanish Politics
Recordando a Adolfo Suárez

Adolfo Suárez. Spanish President.

Photograph taken of former Spanish Prime Minister Adolfo Suárez, during his visit to Argentina in September 1981, at the Club Deportivo Español in Buenos Aires, accompanied by his friend, businessman Esteban Romero Martín, from Villafranca de la Sierra (Ávila, Spain).

© Creative Commons Licence; family album of C3PO.

Si alguna vez ha volado a Madrid, seguramente habrá aterrizado en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, a las afueras de la capital de España. Tradicionalmente conocido sólo como Madrid-Barajas, el nombre de Adolfo Suárez se añadió apenas unos días después del fallecimiento de este político, el 23 de marzo de 2014. Era una muestra de la importancia de Adolfo Suárez en la España contemporánea. Ahora, diez años después, su legado se sigue sintiendo en el país.

Adolfo Suárez fue el primer Presidente del Gobierno elegido democráticamente en España tras la muerte del dictador Francisco Franco. Suárez fue nombrado Presidente del Gobierno por primera vez por el Rey Juan Carlos en julio de 1976, quien le encargó formar gobierno en su nombre en un periodo de gran incertidumbre y enfrentamientos civiles. Suárez, al frente de la Unión de Centro Democrático (UCD), ganó las elecciones de 1977 con más de un tercio de los votos emitidos. Los españoles apoyaron mayoritariamente a Suárez, de 44 años, que hasta pocos años antes era un desconocido para el gran público.

Suárez nació en la pequeña localidad alavesa de Cebreros, una provincia predominantemente rural alejada de los centros de poder económico y político de la España franquista. Sin embargo, ascendió rápidamente en el régimen y en 1969 fue nombrado Director General del organismo público de Radio y Televisión del Estado. Político ambicioso y carismático, Suárez entabló pronto amistad con el Rey Juan Carlos. Esta relación resultó decisiva para el futuro de España, ya que Juan Carlos había sido designado por Franco como futuro Rey de España tras el fallecimiento del dictador. 

En ello radicaba la complicada tarea de Suárez una vez convertido en Presidente del Gobierno: debía conducir al país por la senda democrática que demandaban amplias capas de la sociedad y, al mismo tiempo, evitar enfrentamientos con las élites políticas de las que él mismo había surgido, unas élites que tenían un gran interés en la continuidad del régimen franquista. Y lo que es más importante, aunque Suárez se aseguró el apoyo democrático de los españoles tras ganar la histórica votación de 1977, seguía teniendo que rendir cuentas al Jefe del Estado, el Rey Juan Carlos, nombrado a su vez por Franco.

A finales de la década de 1970, España estaba asediada por los atentados terroristas del grupo nacionalista vasco ETA y las milicias de extrema derecha; por una aguda crisis económica; y por fuertes divisiones sociales entre los partidarios del franquismo y sus oponentes. Un manto de incertidumbre cubría el país, con el oscuro recuerdo de la terrible Guerra Civil librada entre 1936 y 1939. La tarea de Suárez era monumental. Para los que nacimos después, es demasiado fácil idealizar la época. La realidad es que lo que hoy llamamos la Transición española fue uno de los momentos más delicados de la España moderna. 

Aunque la Transición acabó con España convertida en una democracia liberal, hubo varios casos en los que el país podría haber dado marcha atrás, que es lo que la mayoría de los militares anhelaban, como demuestran los dos golpes de Estado fallidos de 1978 y 1981. Adolfo Suárez sorteó con éxito las turbulencias de la Transición y, cuando dejó el poder en febrero de 1981, la democracia liberal estaba prácticamente consolidada en España. 

En sus cinco años de mandato, el gobierno de Suárez promulgó leyes y aprobó reformas que, aunque divisivas en su momento, empujaron a España hacia la senda del liberalismo. Y, aunque no debemos idealizar a las figuras políticas del pasado, es innegable que la España moderna ha sido moldeada en gran medida por los años de Suárez. 

En noviembre de 1976, convenció al Parlamento franquista (o Cortes, cuyos miembros eran nombrados por el dictador en lugar de elegidos popularmente) para que se autodisolviera. Fue una hazaña notable lograda por la capacidad de persuasión de Suárez, y un paso necesario antes de convocar las elecciones que, en 1977, sustituirían a las Cortes franquistas por una asamblea democrática, reflejo de la voluntad de los ciudadanos y no de los caprichos de un dictador. 

Tras asegurarse el apoyo popular, Suárez se sintió con fuerzas para proceder a la polémica legalización del Partido Comunista en abril de 1977. Esta medida conmocionó a la élite política conservadora, que se dio cuenta de que Suárez no era un hombre dócil al servicio de la derecha franquista. Manuel Fraga, líder de la derechista Alianza Popular (AP), calificó la legalización de "golpe de Estado". Hubo otras reformas liberales apoyadas por Suárez y su partido UCD, como la ley que permitía el divorcio (aprobada pocos meses después de su dimisión); la derogación de una ley de 1933 que había penalizado la homosexualidad y el consumo de drogas; y la descentralización gradual de España, que permitió a todas sus regiones establecer instituciones de autogobierno. Por último, durante su mandato, un grupo de académicos y expertos redactó la Constitución Española, que fue aprobada en referéndum por un abrumador 88% de la población en diciembre de 1978.

La democratización política de España también condujo a una liberalización progresiva de su economía, ya que el modelo autárquico y clientelista propio de la mayoría de las dictaduras (incluida la franquista) dio paso poco a poco a un sistema económico más competitivo y abierto. 

Un rasgo destacable de Suárez es que, a pesar de todos los logros de su gobierno, no era un hombre ideológico, sino más bien un pragmático que sabía qué medidas eran más propicias para construir el país democrático que la mayoría de la población reclamaba. De hecho, la carrera de Suárez había prosperado durante el franquismo, lo que comprensiblemente le restó credibilidad para liderar una transición democrática. Sin embargo, fue precisamente su profundo conocimiento de los entresijos de la España franquista lo que le hizo ser consciente de que la única forma realista de asegurar el colapso del régimen era hacerlo desde dentro. Si no la pureza ideológica, fue su pragmatismo y flexibilidad lo que señaló el talante liberal de Suárez. 

Muchos críticos señalan que la Transición no fue lo suficientemente lejos en su ruptura con el franquismo, y que se mantuvieron varios rasgos del antiguo régimen. Es un argumento válido. La Transición no fue perfecta; ninguna transición democrática lo es. Los restos de la época franquista están presentes hoy en día en el poder judicial y en el ámbito político, así como en el ámbito simbólico. Es cierto que tal vez un político más idealista y militante podría haber ampliado los límites de lo posible en los años setenta y ochenta. Pero en retrospectiva, la intuición y la vena oportunista de Suárez, arropadas por su idea integral del liberalismo (en contraposición a una comprensión más estrecha de miras y dogmática) era la única vía realista para salir del enigma. De hecho, en tiempos de gran incertidumbre y de profundas fracturas ideológicas, quizá una posición pragmática basada en la consecución de políticas que enfaticen las libertades políticas y personales, independientemente del dogma político que las sustente, sea el mejor camino a seguir. 

Además, basta leer la prensa conservadora de la época para darse cuenta de que Suárez era visto como un obstáculo para la continuidad del sistema autoritario que Franco había presidido hasta su muerte. A lo largo de su mandato, el presidente del Gobierno fue objeto de ataques despiadados precisamente por parte de la ultraderechista Alianza Popular, formada en su mayoría por apologetas del franquismo que temían que el joven presidente del Gobierno acabara con el antiguo régimen -un temor que resultó fundado, para gran beneficio de los españoles-. 

Precisamente el talante liberal de Suárez fue su perdición. El panorama político español ha demostrado ser un terreno difícil para las alternativas centristas, y la UCD fue rápidamente devorada por el emergente Partido Socialista y de los Trabajadores (PSOE) y Alianza Popular. Cada vez más marginado dentro de su propio partido y vilipendiado como un líder ineficaz que había perdido el control del país, Suárez anunció su dimisión en enero de 1981. Un año después lanzó un partido liberal, el Centro Democrático y Social (CDS), que nunca logró más de 20 escaños en el Congreso, y que en la década de 1990 se había convertido en residual. 

En 1989, ya alejado de la política española, Suárez fue elegido líder de la Internacional Liberal, un reconocimiento a su labor en defensa de los valores liberales en tiempos en los que su florecimiento parecía imposible. 

Como suelen decir los españoles, nadie es profeta en su tierra. Adolfo Suárez encarnó tristemente este dicho, ya que la élite política española le condenó al ostracismo durante años poco después de su mandato, pero él y sus ideas han sido reivindicados póstumamente: una encuesta de 2017 mostraba que Suárez era el expresidente del Gobierno preferido en el país. Ahora, en el décimo aniversario de su fallecimiento, en medio de una profunda polarización y una mayor estridencia política, parece un buen momento para recordar y defender, no acríticamente, la vida política y el legado de Suárez y su liberalismo.