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Seguridad
El Mediterráneo, un paradigma de escenarios de conflicto

Palestines
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Los pasados días 28 y 29 de noviembre España acogía en Barcelona el VI Foro Regional de la Unión por el Mediterráneo, con el objetivo de abordar los desafíos regionales desde una perspectiva pospandémica. El Foro no ha contado con la participación   de los ministros de Exteriores marroquí, Nascer Bourita, y argelino, Ramtane Lamamra. Los representantes ministeriales se han enfrentado a discrepancias existentes en cuanto a la visión de la seguridad de una región que sigue siendo un escenario de tensiones, pero también un espacio para el diálogo y la cooperación.

Algunos conflictos en el Mediterráneo llevan existiendo desde hace décadas y otros son más recientes, pero todos ellos presentan un enorme potencial desestabilizador. Entre los primeros, destaca el conflicto palestino-israelí cuya solución apoyada por las Naciones Unidas, la Liga Árabe, la Unión Europea, Rusia y Estados Unidos podría ser el establecimiento de dos Estados independientes. Ahora bien, crearlos exigiría resolver al problema de los asentamientos en territorio ocupado y de los aproximadamente 600.000 colonos que viven en ellos, lo que no parece fácil. La alternativa de un Estado binacional o de un único Estado que diese los mismos derechos de ciudadanía a judíos y palestinos, tampoco resulta viable por el mayor crecimiento demográfico de estos últimos, lo que se vería agravado por un potencial retorno de los refugiados palestinos en el exilio. Ello comprometería la existencia de un “Estado judío”.

Otro conflicto que lleva activo desde hace una década es el de Siria, donde la guerra continúa en la provincia de Idlib sin que se respete el alto el fuego negociado por Rusia y Turquía hace más de un año. Bashar al Asad, que controla el 60% del territorio, se presenta como vencedor gracias a la ayuda militar de Rusia, que entró de lleno en el conflicto en 2015. El proceso de Astana lanzado en 2017 por Rusia, Turquía e Irán ha demostrado ser un mecanismo útil para reducir el conflicto militarmente, pero no se ha convertido en un foro alternativo a los esfuerzos de la ONU para una solución política. Esta dependerá, en última instancia, del éxito en las conversaciones entre los representantes del Gobierno, de la oposición y de la sociedad civil para acordar una reforma constitucional que dé paso a la celebración de elecciones libres.

Photo UN Manuel Elias - Proceso de Astana
Manuel Elias - Proceso de Astana © Photo UN

En el caso de Libia, en guerra desde el 2011, un hito muy importante en el camino hacia la paz ha sido el acuerdo de alto el fuego permanente de 24 de octubre de 2020 entre el Gobierno de Trípoli y la Cámara de Representantes que deben dar lugar a la celebración de elecciones presidenciales el próximo 24 de diciembre.  No obstante, la clave del éxito estará en la salida de los 20 mil combatientes extranjeros en suelo libio. Esta situación no invita al optimismo dado el contexto de ocupación por tropas extranjeras y su voluntad de quedarse ante el temor a que se altere el equilibrio de poder.

Un conflicto que puede potencialmente desembocar en una confrontación armada y con importantes repercusiones en la seguridad regional y europea es el que enfrenta a Grecia y Turquía. La tensión greco-turca es un clásico, al que hay que añadir un nuevo factor de disputa como es la jurisdicción de aguas en una región marítima con grandes reservas de gas, en un momento histórico en el que el precio del gas se ha revalorizado como factor geopolítico. La situación actual, tras el acuerdo marítimo firmado en diciembre de 2019 entre Turquía y el gobierno de Trípoli, es la de enfrentamiento entre estos países junto con el norte de Chipre e Italia por una parte y Chipre, Grecia, Egipto e Israel, así como los Emiratos Árabes Unidos y Francia, por otra.

En el Mediterráneo occidental especialmente preocupante es el conflicto que enfrenta desde hace décadas a Marruecos con Argelia, dos potencias de peso geopolítico equivalente sumidos en una intensa competición por la primacía regional. La carrera armamentística entre ambos, acentuada desde el reconocimiento por parte de los Estados Unidos de la soberanía marroquí sobre el Sáhara en 2020, ha incrementado los riesgos de una guerra en la región. No obstante, la actual situación de equilibrio militar hace que, más allá de provocaciones o incidentes aislados, un conflicto militar abierto resulte poco probable, fundamentalmente porque ni Marruecos ni Argelia pueden ganarlo.

Jerusalem
Jerusalem © Pixabay

A este escenario de seguridad hay que añadir el mayor protagonismo que están adquiriendo potencias revisionistas como Rusia o Turquía que cuestionan el statu quo, a las que habría que añadir China cuya relevancia tenderá a incrementarse a medida que vaya afianzando su papel como gran potencia internacional, o los efectos de un terrorismo islamista que se ha debilitado en Siria e Irak, pero que se está haciendo fuerte en el Sahel.

En definitiva, aunque existen ciertos indicios para la esperanza materializados en los procesos de paz de Libia, o Siria, o la existencia de foros de diálogo como es la Unión para Mediterráneo, o el Diálogo Mediterráneo de la OTAN, el escenario futuro revela que aún hay mucho por hacer. El Mediterráneo sigue siendo un espacio de conflictos, a la par que una frontera vulnerable. La acumulación de riesgos que existe en la zona reivindica la necesidad de prestar una mayor atención a la región a través del diálogo y la cooperación, los dos elementos claves para aumentar su seguridad.