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FEMALE FORWARD
Violencia económica, una agresión silenciosa

27 de cada 100 mujeres de 15 años o más han sido víctimas de violencia económica en México. Este 25 de noviembre, en la Fundación Friedrich Naumann hablamos sobre una de las formas de violencia más normalizadas.
Freedom woman
© Emir Hoyman via Getty Images

¿Por qué hablar de libertad económica el 25N? Cuando hablamos de violencia de género contra la mujer, usualmente pensamos en las expresiones más radicales de la violencia: la agresión física y la agresión sexual. No obstante, la violencia se manifiesta también en formas mucho más silenciosas -muchas veces ignoradas- pero que impactan en la libertad e integridad de las mujeres y niñas, víctimas por igual.

El 25N, también conocido como Día Naranja, es el Día Internacional para la Erradicación de la Violencia contra las Mujeres desde 1981 en Latinoamérica y, desde 1999, en todo el mundo para eliminar los actos que atentan contra las niñas y mujeres. Para hablar de violencia de género, debemos hablar de todas sus formas, ya que muchas veces las vemos y la vivimos todos los días sin darnos cuenta.

Hombre proveedor y mujer cuidadora

En México y en el mundo, la violencia económica contra la mujer suele pasar desapercibida debido a lo inmerso que se encuentra la sociedad en ella. Estereotipos, roles y expectativas de género permean en la actualidad y al no cuestionarlas, normalizamos conductas que violentan y limitan la autonomía de las mujeres.

La violencia económica no implica únicamente la falta de libertad para tomar decisiones financieras, sino una limitante para acceder a oportunidades de empleo, a servicios de salud y educativos. De acuerdo con la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, la violencia de tipo económica se define como la “acción u omisión del agresor que afecta la supervivencia de la víctima”. Constituyen como formas de este tipo de violencia controlar “el gasto”, desconocer los ingresos de la pareja o familiar con quien se comparten responsabilidades, exigir la “rendición de cuentas” y no tener voz sobre cómo se ocupan los ingresos, pero también son modismos de este tipo de agresión el no aportar a la manutención de hijos o administrar el dinero que la persona trabajadora gana.

No tener autonomía económica supone una limitante para las mujeres y las vuelve vulnerables a ser víctimas de otras formas de violencia. En suma, el 63% de las víctimas son madres, por lo que la falta de solvencia económica se traduce en estar literalmente atadas a la persona proveedora y convierte a las y los hijos en víctimas adyacentes, creando un ciclo difícil de escapar.

Las nenis vs. la violencia económica

En México, 3 de cada 10 mujeres no logran generar ingresos propios. De acuerdo con el INEGI, en 2020 solamente el 7.9% de las denuncias por violencia de género fueron por violencia económica; no obstante, de acuerdo con la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a las Mujeres, muchas mujeres que padecen este tipo de agresión lo desconocen. Como señala la institución, “existe el desconocimiento generalizado de que, en una economía común, ambos tienen derecho a participar y a estar informados en igualdad de condiciones”.

La brecha salarial, el rol de cuidadora socialmente asignado y la falta de oportunidades resultan en que 47.3% de las mujeres divorciadas, viudas o separadas, y el 28.2% de las mujeres casadas en México sean víctimas de este tipo de violencia, 99% de las veces en el círculo familiar. Esto quiere decir que no solo se ejerce en pareja, sino que padres, tíos, abuelos, novios y hasta hijos pueden ser agresores.

La economía es la única vía efectiva para reducir la violencia contra las mujeres, una mujer que tiene libertad económica tiene más posibilidades de poder desprenderse de agresiones en el entorno familiar.

Elena Achar, Forbes Women

De cara a este panorama, las nenis en México surgieron como respuesta a la falta de ingresos. Estas mujeres emprendedoras, quienes usualmente son madres, ofrecen productos y servicios a través de internet para mejorar su economía e, indirectamente, luchar contra la precariedad, la violencia y la brecha de género. Dicho sea de paso, que este grupo de mujeres se haya convertido en meme es síntoma y expresión del machismo que nos rodea.

La pandemia sirvió para demostrar lo necesario que es que las mujeres ingresen al mercado laboral. De acuerdo con el Índice Global de la Brecha de Género 2022, en México los ingresos de las mujeres disminuyeron el 8.1% por recortes salariales, despidos o renuncias para convertirse en personas que hacen labores de cuidado no remuneradas. En un país con una brecha salarial del 18.8%, la más alta en toda América Latina de acuerdo con la OCDE, y donde el 23% de las empresarias declaran no tener el tiempo suficiente para emprender, la adopción de plataformas digitales ha sido la solución para que aproximadamente 5.2 millones de mujeres generen ingresos.

Si bien las nenis trascienden los memes, las burlas y se presentan como resistencia a la violencia económica de género, su situación de informalidad las sigue colocando en una posición de vulnerabilidad. De acuerdo con el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe, la autonomía económica sólo es posible cuando se da en equidad e igualdad de condiciones, es decir: sin brechas salariales, tratos especiales o diferencias en las prestaciones.

La implementación de políticas públicas que impulsen la incorporación de las mujeres al mercado laboral a través del ingreso a la economía formal como emprendedoras, la promoción de carreras en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (carreras STEM por sus siglas en inglés) como opción tanto para niñas como niños, así como el compromiso por parte del sector privado y público para la reducción de desigualdad, son acciones clave para fortalecer y fomentar la libertad económica de las mujeres.

Cuando una mujer dispone de recursos e ingresos propios, de autonomía en la toma de decisiones y con la libertad de elegir dónde vivir, con quién estar y qué es lo que la hace feliz, se reduce la vulnerabilidad a ser víctima de abuso o violencia de género, pues ante cualquier situación de violencia tienen los recursos para alejarse de ella.