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Construyendo puentes: La oportunidad para socializar el liberalismo

Reflexión de Irina Burgaza tras su regreso del seminario de la IAF: Liberalismo y Populismo
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© Irina Burgaza

En los últimos años, se ha vuelto cada vez más evidente que vivimos en un mundo polarizado por ideologías en competencia, ya que el panorama político global ha presenciado un notable cambio marcado por el surgimiento del populismo en diversas formas. Este cambio y sus implicaciones han generado innumerables discusiones y teorías, y sin lugar a dudas, muchas preocupaciones. Es en este contexto que la Academia Internacional para el Liderazgo (IAF) de la Fundación Friedrich Naumann organiza el seminario "Liberalismo vs. Populismo: ¿Cómo pueden los liberales ganar?". El seminario brinda una plataforma para que participantes de todo el mundo participen en debates matizados con académicos, expertos y responsables políticos en un intento por comprender los desafíos que este cambio conlleva a nivel global.

Muy pronto en el transcurso del seminario, después de algunas discusiones teóricas sobre el choque de valores entre el liberalismo y el populismo, hubo una reacción particular de uno de los participantes que moldeó cómo iba a abordar esta experiencia. Él expresó una reflexión "parece que llamamos populista a cualquier persona que no esté de acuerdo con nosotros". Existe una característica muy conocida del populismo que enmarca los debates políticos en términos de dinámicas de "nosotros contra ellos", que siempre hay un "otro malo" al que algún héroe representante del pueblo tiene que enfrentar. ¿Podría ser que los liberales sean culpables de la misma retórica? Y si es así, ¿por qué dan esta impresión y cómo podríamos avanzar? Obviamente, no tengo las respuestas, pero el seminario ciertamente me inspiró a reflexionar sobre diversos aspectos.

El liberalismo abarca un amplio abanico de conceptos y principios, desde el clásico hasta el igualitario, desde el económico hasta el social, etc. Esta diversidad dentro del liberalismo puede contribuir a que las personas sientan que no pueden identificarse fácilmente con él, o que solo pueden identificarse parcialmente, lo que puede llevar no solo a la confusión, sino también a no poder percibir al liberalismo como algo con cual se pueden relacionar. Esto es completamente opuesto a los mensajes más directos y convincentes del populismo, que a menudo se basa en retórica emocionalmente cargada y narrativas simplificadas que resuenan con los miedos, frustraciones y aspiraciones de las personas. Los líderes populistas aprovechan hábilmente los sentimientos de desilusión con el statu quo, prometiendo soluciones directas a problemas sociales complejos.

Y la realidad actual no necesariamente ayuda al liberalismo tampoco. La persistencia, por ejemplo, de la desigualdad económica, intensifica el elitismo percibido dentro de los círculos liberales, lo que continúa alimentando el resentimiento y el descontento entre segmentos de la población. El populismo tiende a ofrecer soluciones directas a problemas complejos, a veces simplificando en exceso los desafíos que enfrenta la sociedad. Promete abordar quejas y priorizar los intereses de "la gente común". Obviamente, se puede debatir si estas soluciones pueden considerarse factibles, pero el punto aquí es que no es tan incomprensible por qué este enfoque puede ser atractivo para personas que buscan claridad y respuestas inmediatas. Cuando las personas se sienten marginadas o dejadas atrás por las estructuras políticas tradicionales, pueden recurrir a movimientos populistas que prometen soluciones rápidas y cambios radicales.

Por lo tanto, se puede argumentar que el fracaso del liberalismo para conectarse con la gente no solo se debe a su elitismo percibido, sino también a la complejidad y diversidad de sus principios. El populismo, por otro lado, parece tener éxito porque ofrece una narrativa unificada y relacionable, aunque sea a expensas de la sutileza y soluciones políticas integrales.

Este desafío que enfrenta el liberalismo es bastante similar al de los sistemas legales y de justicia. Así como la ley debe ser accesible y comprensible para todos los ciudadanos, el liberalismo debe hablar un lenguaje que resuene con personas de todos los orígenes. Y esto no implica cambiar o diluir los principios fundamentales del liberalismo, sino traducirlos en narrativas que aborden las preocupaciones de las personas. El choque entre el liberalismo y el populismo no se trata solo de ideologías fundamentalmente distintas, sino también de comunicación y compromiso efectivos. "Socializar" el liberalismo implica ir más allá de la retórica política tradicional, buscando genuinamente comprender, abordar y comunicar adecuadamente los desafíos cotidianos. Esto puede reducir la brecha entre toda esta diversidad de principios y realidades concretas.

Sea cual sea el enfoque que se adopte en el futuro, para mí, la lección principal del seminario es que no podemos caer en las mismas actitudes que condenamos en el populismo y descartar al "otro". Sí, el surgimiento del populismo debería servir como un llamado de atención para que el liberalismo evolucione, se adapte y reclame su papel como fuerza para el progreso, la inclusividad y los valores democráticos. Pero no juzgando y posicionándose más alto en una escala imaginaria de moralidad y rectitud. Esto solo lo desconectaría aún más de la gente. Independientemente del gran choque de valores entre el liberalismo y el populismo, el enfoque debería estar en construir puentes en lugar de erigir más barreras. Contrarrestar el atractivo del populismo requiere no solo articular una narrativa liberal clara y convincente, sino también demostrar una comprensión genuina y un compromiso para abordar las necesidades y aspiraciones de todos los segmentos de la sociedad.

¿Cómo pueden los liberales ganar? Seguramente no tengo la respuesta. Pero tal vez reconectarse con movimientos de base, abordar quejas genuinas y articular una visión convincente que combine valores liberales con un enfoque pragmático para abordar las preocupaciones sociales sea un buen comienzo.