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Diálogo Internacional
El diálogo, el instrumento más radicalmente humano

El Mediterráneo se configura como espacio ideal para volver a fomentar un relato compartido de sueños
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El mundo está contagiado por las guerras. Siria, Ucrania, Etiopía, Yemen…. Miles de conflictos salpican la Tierra en este comienzo de tercer milenio.  En este contexto, el secretario general de la ONU, António Guterres, ha recordado que “el mundo necesita más paz que nunca” y ha exhortado a que sea la búsqueda de esa paz la que guíe las acciones de todas las personas. No se equivoca Guterres en el diagnóstico. Tampoco en las causas. Y, mucho menos (pese a que lo entienden poco, y mal), en la única solución posible: el diálogo.

Y es que resulta paradójico que, justo hoy, en que el planeta sufre al menos sesenta conflictos bélicos (a los que hay que sumar las ‘otras guerras’ y sus efectos: el hambre, la migración forzada, la esclavitud, la trata de seres humanos, la globalización de la indiferencia), Naciones Unidas haya decretado 2023 como “Año Internacional del Diálogo como Garantía de Paz”.

¿Brindis al sol del máximo organismo internacional, o una oportunidad única, y tal vez última, para reivindicar lo que nos hace auténticamente humanos?

Porque la palabra, la escucha, son las principales herramientas de cualquier civilización, que se genera en torno a un lenguaje compartido. De esto bien sabemos en el Mediterráneo, cuna de culturas en torno a un mismo mar, a una historia común, a unos sueños compartidos. Porque el Mediterráneo, lejos de convertirse solo una inmensa tumba para aquellos que no ven cumplidos sus sueños, es una magnífica oportunidad para enlazar objetivos comunes. No en vano, se le denomina ‘Mare Nostrum’. Y la primera persona del plural, el ‘Nosotros’, es el mejor pronombre para invocar el diálogo.

Un diálogo a varias orillas, de Algeciras a Estambul, como cantaba el cantautor español Joan Manuel Serrat, en el espacio euromediterráneo, con la Unión Europea como garante de la democracia y las libertades, pero también con iniciativas como la de los Países Terceros del Mediterráneo. Un ámbito de trabajo interesante lo da la cada vez más intensa cooperación propuesta por el ‘Diálogo 5-5’, impulsada, desde la UE, por España, Portugal, Francia, Italia y Malta y, desde el Magreb, por Marruecos, Argelia, Libia, Mauritania y Túnez. Norte y Sur del Mediterráneo, Europa y África, cultura cristiana e islámica unidas en torno al desarrollo de herramientas para la lucha contra el terrorismo y el tráfico ilegal de personas; para fomentar acuerdos en materia de pesca, comercio, turismo y seguridad común; y para ejercer de ‘embudo’ que permita llevar el entendimiento y la cooperación real a la orilla este del Mediterráneo, donde el conflicto árabe-israelí, la difícil situación de Líbano o las frágiles fronteras chipriotas suponen una amenaza, siempre latente, para la paz y la seguridad en la región.

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“No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones. No habrá paz entre las religiones sin diálogo entre ellas", decía el teólogo suizo Hans Küng. Otros dos hombres de religión, el Papa Francisco y el imán de Al Azhar, Mohammad Ahmed Attayeb, entendieron hace unos años mejor que nadie la urgencia del diálogo entre diferentes, y por ello suscribieron, en febrero de 2019, el documento de Fraternidad Humana. Un año después, Bergoglio publicaba ‘Fratelli Tutti’, la primera encíclica global de la historia, dedicada no sólo a creyentes en una religión, sino a todo el género humano. A ese ‘Nosotros’ que hace posible una comunicación humana. Porque ‘Comunicación’, ‘Comunión’ y ‘Comunidad’ vienen de la misma raíz, y sin comunicación no hay posibilidad de crear comunidades vivas, plurales y que avancen, defendiendo esa diversidad, en pos de un camino común para toda la Humanidad. En este extraño mundo de guerras a trocitos, resulta indispensable la búsqueda de un diálogo real, a doble vía (palabra y escucha), que huya de las polarizaciones que tan terriblemente están marcando el devenir del siglo XXI, el ‘tiempo de la mentira’, como la han definido algunos filósofos de nuevo cuño.

Frente a la posverdad, a los relatos falsificados, a los riesgos de la Inteligencia Artificial o el Lawfare, el Mediterráneo se configura como un espacio ideal para volver a fomentar, como tantas veces ha hecho a lo largo de su historia (Egipto, Israel, Grecia, Roma, el Cristianismo, la peregrinación a Compostela, el proyecto europeo… así lo atestiguan), un relato compartido de esperanzas, sueños y trabajo en común. Hoy, pese a las guerras, el uso del hambre y la desigualdad como armas, las posiciones maximalistas y radicalmente intransigentes con el que piensa diferente, el gran sueño mediterráneo, el gran desafío global, está en sumar, en integrar las diferencias en un relato común, constructivo, que no deje a nadie atrás. La experiencia del coronavirus -una pandemia global que paró el mundo durante meses-, o el desafío del cambio climático, debería llevarnos a abandonar los encierros y a admitir, con realismo, pero también con esperanza, que nadie se salva solo, y que sólo la cooperación nos permitirá construir un mundo más justo, digno y fraterno para todos los habitantes del planeta. En el Mare Nostrum, donde surgieron civilizaciones que cambiaron, que ensancharon el mundo, tenemos la oportunidad de volver a comenzar. Y de hacerlo con el arma más poderosa, la más humana: el diálogo. De orilla a orilla.