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Siete aspectos de las migraciones

Migrantes en manifestación

Una de las razones básicas para impulsar la salida del Reino Unido de la Unión Europea fue la llegada masiva de emigrantes sirios y de otros países islámicos que huían de la guerra. Ángela Merkel ha visto mermar su popularidad debido a su oferta generosa de acoger decenas de miles de estos refugiados. En gran medida, la elección de Donald Trump en Estados Unidos se debió a su discurso antiinmigrante y al hecho de que en el país hay 11 millones de indocumentados. A un porcentaje notable de los votantes americanos les entusiasmaba la idea de erigir un muro en la frontera con México. Les molesta esa población generalmente campesina, poco educada, “aindiada”, que se comunica en español.

La emigración “salvaje”, sencillamente, amenaza con demoler las instituciones políticas de varios países del Primer Mundo y está propiciando la reaparición del nacionalismo y de la xenofobia, su hijo putativo. No hay nada nuevo en estas actitudes. El racismo es uno de los rasgos más acusados y constantes de la especie. Sin embargo, es importante entender algunos de los elementos más importantes del fenómeno migratorio. Lo que sigue son observaciones basadas en el sentido común.

Primero

A casi nadie le gusta emigrar. Quien abandona la tierra que nació y se acoge a otro país y a otra bandera, es porque ha perdido toda esperanza de poder prosperar en su nación de origen. En general, emigran las personas más emprendedoras. Las que sienten el “fuego del inmigrante” y desean mejorar de forma de vida. Si hay algo que atrae a los inmigrantes es un Estado de Derecho que garantice la movilidad social.

Segundo

Centroamérica es una buena muestra de esta afirmación. Son millones las personas nativas de Honduras, El Salvador, Guatemala que han huido rumbo a Estados Unidos. Sin embargo, en ese éxodo apenas hay panameños y costarricenses, dos países del Tercer Mundo con un nivel medio de desarrollo. Tanto en Panamá como en Costa Rica, pese a los bolsones de pobreza, existe movilidad social y es posible abrirse paso. Por eso miles de venezolanos hoy radican en Panamá, huyéndole al colectivismo autoritario venezolano del chavismo, de la misma manera que cientos de miles de nicaragüenses se instalaron en Costa Rica como consecuencia del sandinismo, especialmente en la década de los ochenta, cuando la sociedad vivió intensamente la utopía cubano-soviética.

Tercero

No es verdad que los emigrantes van en busca del welfare. No conozco a nadie que haya abandonado su país sólo para recibir la ayuda de subsistencia que suelen proporcionar las naciones del Primer Mundo a las personas más desvalidas. Sin embargo, sí sé de algunos inmigrantes que se acostumbran a vivir muy pobremente con esos auxilios, lo que suele anular el ímpetu creativo con que llegaron al país e irrita a los ciudadanos que deben mantenerlos por medio de los impuestos que abonan.

No hay duda de que hay estímulos perversos en estas ayudas, como demostró el premio Nobel Gary Becker en varias de sus obras. Es preferible indicarles a las personas sin recursos cómo pueden procurárselos que establecer un sistema de transferencias que tiende a hacerse permanente y acaba por convertir a los receptores en esclavos de esas ayudas hasta que la voluntad de lucha se va apagando y se acostumbran a vivir en guetos violentos, pero en los que reciben suficientes subsidios que le permiten sobrevivir miserablemente, pero sin trabajar. Es conveniente, también, estimular la solidaridad de la sociedad civil, especialmente de los grupos étnicos afines, antes que esperar la actuación del conjunto de la sociedad por medio de instituciones públicas.

Cuarto

La tentación segregacionista no existe entre quienes migran a naciones abiertas e inclusivas. Tienden a agruparse en barriadas y a reunirse con personas afines, pero si tienen la posibilidad natural de aprender la lengua de acogida, la aprovecharán y comenzarán el proceso de asimilación. La tercera generación suele estar perfectamente integrada. El peor error es negarles a los inmigrantes el camino de la ciudadanía o el ejercicio de
ciertos oficios y profesiones.

El académico Samuel P. Huntington temía que los mexicanos no se asimilarían a Estados Unidos y eventualmente tratarían de asociar el sur de los Estados Unidos a México (de donde fue arrebatado en la primera mitad del siglo XIX), pero no tenía razón: la tercera generación de méxico-americanos en muchos casos ni siquiera conserva el español, lo cual, por cierto, es empobrecedor. El dominio de dos lenguas, y, si es posible, de dos culturas, es un factor enriquecedor al que no hay que temerle.

Quinto

Es un error limitar las visas de inmigrantes a las supuestas necesidades del país y al desempeño de ciertas disciplinas. Eso presupone una economía estática sujeta a la idea de que unos burócratas pueden saber el tipo de inmigrantes que el país necesita. La economía de mercado es un espacio económico de tanteo y error. Los inmigrantes (quienes suelen abrir pequeños negocios en mayor proporción que la media norteamericana), necesitan experimentar en diversos campos hasta que dan con una actividad lucrativa. Toda limitación a esas
exploraciones es inconveniente.

Sexto

No es cierto que los inmigrantes les quitan los trabajos a quienes ya radican en el país. Los inmigrantes crean más puestos de trabajo que los que utilizan. Y cuando el desempleo es alto, dejan de llegar y se regresan a sus países de origen o migran a donde pueden ser útiles y properar. La dolorosa decisión de emigrar requiere una previa y compleja información.

Tampoco es inteligente limitar la inmigración a los profesionales que aportan un gran capital humano. Por supuesto que un neurocirujano o un ingeniero nuclear puede aportar mucho más a la sociedad que lo recibe y son portadores de un capital humano muy valioso, pero un simple peón agrícola de 18 años experto en recoger tomates o sembrar lechugas desempeña unas tareas necesarias para la sociedad, exactamente como lo hace el extranjero que cuida los ancianos o los niños de la familia, liberando a ciertas personas para que puedan incorporarse al trabajo. Todo adulto que llega al país es portador de cierto valioso capital humano.

Séptimo

Todas las naciones receptoras de inmigrantes están a la búsqueda de un buen sistema para integrar a los indocumentados recién llegados. Estados Unidos, sin proponérselo, forzado por las circunstancias, lo consiguió mediante la llamada “Nueva ley de inmigración” promulgada por el Congreso en 1966 durante la presidencia de Lyndon B. Johnson. Un año antes, en 1965, Fidel Castro provocó una oleada migratoria salvaje, invitando a los cubanos radicados en el sur de Florida a recoger a sus familiares en Cuba a través del puerto de Camarioca, en la provincia de
Matanzas, muy cerca de La Habana.

Ante esa situación, tras la llegada de 3000 cubanos a Florida, Johnson autorizó los llamados “Vuelos de la Libertad” y entre octubre de 1965 y abril de 1973, 260,000 cubanos arribaron a Estados Unidos. Dado que los inmigrantes no podían ser devueltos a Cuba, porque el país no los
admitía, la ley de 1966 permitió su “ajuste” legal mediante la concesión de la residencia al año y un día de haberse radicado en
Estados Unidos. Esta circunstancia facilitó que los recién llegados se integraran productivamente a Estados Unidos y se convirtieran en una de las oleadas migratorias más exitosas de la historia americana.

Hoy, cuando Estados Unidos trata de encontrar una solución razonable para la masa de inmigrantes indocumentados que hay en el país, debería
observar lo que hicieron inteligentemente en 1966. No es levantando muros como se resuelve o alivia el problema, sino tendiendo puentes.

Carlos Alberto Montaner es periodista, escritor y miembro de la Junta Honorifica de RELIAL